Chloe Early |
La vida parpadea. Aliento, vaho, estrellas fugaces metálicas y choques no deseados más que por fantasmas, fantasmas; esferas, y más fantasmas. Cromática parpadea. Las fantasías murieron en los vagones y en el Gran Abismo de cristal, hace mucho tiempo. Cromática suspira. Suspira. No sabe cuál es la diferencia entre el cristal y la vida, entre el sillón aterciopelado del vagón y las nubes. Sus ojos quisieran atravesar el cáliz, adueñarse de su tiempo y fundir el vapor de alas. Pero las agujas son azarosas y perfectas bailarinas en la cuerda floja. Cromática sabe que jamás podrá ser como ellas. Aun así, continúa mirando tras los diáfanos cristales, se amolda al pesado aire que consume su espacio vital: se halla demasiado lejos de la vida. La vida la mira, pero ésta no le devuelve la mirada. Cromática sólo tiene ojos para los cristales.
Cromática no recuerda. No recuerda cómo había llegado allí, no sabe para qué había subido a aquel tren. No recuerda nada y habla a solas con Homero, porque el diálogo no existe. El monólogo mudo es el desfile de huesos y párpados. Así, habla, habla, habla, habla, sobre todo; habla. Teme que su mudez la arrastre al vacío, se aferra a las palabras. Algún día sabe que éstas la abandonarán a ella también. Hace mucho que no sueña. Ha estado mirando demasiado tiempo al abismo, y sabe que algún día, el abismo le devolverá la mirada.
Sus acuarelas no resisten: se está desvaneciendo. Ayer vinieron fantasmas a pedirle la hora: ella les vendió sus colores. Sabe que algún día despertará y descenderá para poder finalmente ascender. Sabe que mientras siga bailando en la cuerda floja, ella existirá. Sabe que la cuerda no está en su poder: nunca lo estuvo. La cuerda es la sujeción del tren, de la vida, de los suspiros, de Homero y de sus versos. Estos a veces la consuelan, la llevan al Gran Teatro, la devuelven a la muerte y consiguen que se cerciore de su existencia. Quizás necesite que alguien le susurre al oído que no existe. Quizás así realmente su cuerpo sería materia y la materia, sería eterna. La vida sería suspiros y los suspiros serían versos de un can poeta ciego; los versos fugaces, disparos de agua salada y carne de neón; el neón, vientre vacío del parpadeo de un sueño; y el sueño, una ilusión vívida. El parpadeo de la cuerda se aproxima.