martes, 9 de diciembre de 2014

El ocaso de los Trogloditas



Ariadne, Sir John Lavery

        "Como poeta, Apolo reclamaba derechos excelsos destinados a veces al azar de los astros y el hado, como suyos únicos amantes anclados a su piel y alimento de sus sanguijuelas más profundas. Se sentaba en aquella butaca roca de terciopelo cetrino y sus demonios se iluminaban con el más tenue candil ilustrando su máximo ingenio con una mínima luz. ¡Cuántos y cuántas veces nos creímos destinados a aquella mirada solar, a aquellos ojos; nos creímos el foco de aquella luz, nos tragamos su infinito silencio y lo proclamamos respeto fruto miedo del ingenio! ¿Cuántas veces y cuántas plumas secas se mojaron de nuevo para continuar aquella quimera que anunciaban prematura ‘obra maestra’, orgullo de antiguas y silencio de aspirantes incapaces de anclarse con ascuas y dientes al cuello ajeno? Cuántas, tras este efímero encuentro amoroso y húmedo, quedaron secas, desoladas, desterradas del papel arrugado como viudas que cubren el rostro de la desgracia de su más preciado fruto, hayan sido amargos como la áspera hiel o dulces como la miel en los labios prohibidos de ser alcanzados. 

        ¿Cuántas tintas como las de Apolo se deslizaron con tanta suavidad por la seda del papel, que pareciese que Orfeo dictase su recorrido y su último placer alcanzado antes de morir; olvidadas por la sinrazón y la razón más que racionalmente perpetua de aquellos que, bien encomendados, se redimen y aceptan la prisión eterna de sus vástagos? Los elevan para sentirse elevados, los arrastran al vacío para caer con ellos. Lloran los astrados, y los que no, quedan ciegos en el laberinto de sus musas creyendo haber encontrado la salida, creyendo haber encontrado una voz ajena que le responda al eco solitario de su propia voz; la mano de una falsa Ariadna que los conduzca con una suavidad impalpable a lo más profundo del laberinto de sus almas. Quedan ciegos, desorientados, bañados con una luz que Apolo jamás se sintió capaz de alcanzar."