sábado, 7 de septiembre de 2013

Mareas


I.

La marmita en la que se consumía yacía hueca de espasmos voraces al saber. La sed saciaba su sangre aguada, y aguardaba las palpitaciones como quien aguarda el declive de una puesta de sol. 

Sus devociones.
Le consumen.

II.
Mareas.

Raudas, raídas, raleas arrolladoras de rótulo de piernas y senos de porcelana. Callaban y segregaban a través de sus poros el vaho ahogado de sus murmuraciones más secretas.

Era un experto en mareas.

Mareas que madrugaban para ver ojos saciados de luz purpúrea, mareas viscosas y viscerales, masas de fuego helado e hielo enhebrado en pupilas confinadas a lo absurdo; de caligrafía corporal: mareas.

III.

Llegué a creer en sus manos como portales transversales a las aguas marinas, sales escudriñadas y arena moldeada en forma de pipa de bohemia. Creí en el azul y en el invertebrado esquema de su anatomía derramada sobre mi carne seca. Creí en sus mareas y en su hambre augurio. Creí en su cartografía augusta exenta de demonios que le iluminaban al placer.

El mar es un cielo ajeno.

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