jueves, 28 de junio de 2012

El poeta



El poeta,
eterno soñador de desveladas utopías,
ruidoso can en la noche profunda,
efímero vivero latente de Afroditas.

El poeta,
figura absuelta, explosiva en su más estado puro,
carbón de neón y jaulas
vacías.

El poeta,
dueño de las lamentaciones
y sinónimo de los feligreses fieles al habla muda,
el poeta; síndrome vacío, y aún lleno.

Caído, abatido y vencido, es tanto
dañino como atrayente,
homérica figura encerrada en sí misma,
en su irreal, en su estimar ardiente.

Cae, y no cae,
pues el poeta no cae, no
muere.

El poeta crea,
nace y ve nacer.
Trae palabras a los labios rotos de los caídos,
raídas en su infinito, acabadas en su extensión.

El poeta sufre:
sufre por no dar vida,
por no crear.

Sufre hasta desangrarse de sangre púrpura,
de vocablos peliagudos hambrientos de arte,
sufre hasta no dar más vida.

El poeta,
eterno prisionero,
preso de su exención;
no cae: recae.

Pues es el poeta,
el que lucha con sus demonios
y les ladra, les ahuyenta, les oculta.

Pues es el poeta, su prisión y sus demonios,
los únicos que adhieren la escarcha a la mano vacía:
es eterno sufridor de melancolías ajenas
y soñador de utopías, cavas o tardías.

Moribundo y ciego, es el poeta,
dueño de exaltadas entretelas,
y dueño de las palabras,
a las que éstas se le entregan.

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